Esta era Lola, mi perrita, mi familia.
Ayer “se fue” en el jardín de casa. Mi pareja y yo estamos fuera en el mar, descansando unos días y haciendo trabajo personal, y no he podido abrazarla por última vez.
Desde pequeña siempre he vivido con perros. Unos eran mis amigos inteligentes, protectores, territoriales, fuertes… pero Lola ha sido y es mi Maestra del Amor Incondicional.
Llegó de canija como un terremoto (yo decía que era mi pequeña mutante de Nivel 5, los fans de los X-Men me entenderán), mordiéndolo todo, rompiendo las plantas, las macetas, el goteo, los objetos queridos que encontraba…
Tenía la energía de un generador de electricidad y se iba con cualquiera que caminase más deprisa (anda que no la he perseguido a grito pelao corriendo detrás de los que hacían footing con música en los auriculares y de los ciclistas).
De repente se quedaba mirando el horizonte, y sentía la “llamada de la selva” (o nuestra versión de por aquí “el canto del encinar”) escapándose hipnotizada por el rastro de las liebres y los conejos.
Lolita era/es muuuuy cariñosa, juguetona, rebelde, morro, miedosa… me enseñó que el único amor de verdad es aceptar al otro ser como es. No como tu quisieras que fuera. No solo amar porque se parezca a ti, o porque tenga virtudes que tú admires. Amar como se es.
No me puedo creer que cuando regrese a casa no la voy a volver a estrujar contra mí.
Me da pena profunda imaginarme el momento de abrir la puerta de casa y sentir su ausencia.
Pero cada vez que pienso en ella, la siento venir a mi lado. Pone la cabeza sobre mi cuerpo, como siempre hacía, y después se va, feliz.
Sé que está bien, en Luz. Al otro lado del velo hay pura dicha.
Somos los que nos quedamos aquí los que sentimos ese dolor, que es parte de la vida,
que nos recuerda que el Hoy es un Preciado Regalo.
Gracias Lola, mi amiga, mi familia.
Te amaré siempre, siempre.
Gracias amigos por compartir este pequeño momento conmigo.
Con mucho amor,
Myriam Aram
